Sus abundantes hidratos de carbono son en su mayor parte almidones. Esto hace que las castañas posean un índice glucémico medio bajo (entre 26 y 65, según las tablas que se consulten).
Esto también la hace interesante en dietas de control de peso, pues al tener un efecto saciante más duradero ayuda a evitar el picoteo entre horas. Además contiene inulina, una fibra de efecto prebiótico.
Las personas diabéticas pueden consumirlas moderadamente, pues además contienen un aminoácido, la arginina, que contribuye a que la insulina trabaje de manera más efectiva y mejora la circulación sanguínea.
La castaña es rica en vitamina C antioxidante. Aunque la pérdida de esta vitamina al cocer o asar las castañas está entre el 30 y el 40%, 100 g aún aportan en torno al 25% de las necesidades diarias.
Además la acompañan pequeñas dosis de vitamina A, E, y compuestos fenólicos como el ácido gálico, el vaníllico, las procianidinas o las catequinas, también antioxidantes.
En cuanto a los minerales, destaca su aporte de manganeso –del que constituyen una fuente tan importante como el trigo o los cacahuetes–, así como de cobre y potasio.
Es cierto que las castañas tienen fama de producir gases y resultar algo indigestas a algunas personas. En cualquier caso, no deben comerse muy verdes o frescas, recién caídas del árbol, ya que en ese momento son más ricas en taninos.
Es mejor dejarlas unos días, pues conforme pasa el tiempo su contenido va disminuyendo y el almidón se transforma en azúcares simples, más digestibles.
Las castañas deben masticarse bien para que la saliva empiece la digestión en la boca, pero comerlas cocinadas en vez de crudas también ayuda y desde luego la forma de cocinarlas influye.
Fuente de información:https://www.cuerpomente.com/guia-alimentos/castana